Inauguramos una nueva sección en nuestro blog con “grandes torturadores de la historia moderna”. Personajes envilecidos ética y moralmente, con una mente trastocada que fueron capaces de autenticas atrocidades capaces de dejar al mismísimo dr Hannibal Lecter con la boca abierta de pleno espanto, se darán cita en esta pequeña rueda de reconocimiento del crimen en época pasada. Comenzaremos con Darya Nikolayevna, aristócrata rusa de principios del siglo XVIII.
Nacida en Moscú en el año 1730 tuvo un matrimonio con Gleb Aleeksevich Saltykova, perteneciente a la nobleza. No obstante enviudó pronto y heredó el enorme patrimonio de su esposo, pero la pérdida le provocó una desazón que derivaría a la postre en su conducta psicópata. Llevó una existencia sumida en la tristeza hasta la entrada en ella de Nicolás Tyuchev, un joven y apuesto caballero del que Darya, ya envejecida; quedó prendada. Pero Nicolás tenía un amorío con otra joven con la que se casó a escondidas, lo que provocó la cólera despechada de Darya, quien ordenó a sus sirvientes perseguir a la pareja y asesinarlos. Estos se negaron y alertaron a ambos para que huyesen y quedasen fuera del alcance de Darya. Este suceso despertó en Darya el lado homicida que la ha traído hasta este blog, proyectando su ira por la huida de la pareja con los seres indefensos que la rodeaban, las sirvientas a las que torturó y asesinó.
Al comienzo se limitó a castigar a las sirvientas por el trabajo mal hecho golpeándoles con el rodillo de la cocina en la cabeza, azotándolas o golpeando sus cabezas contra las paredes de la casa. Pero más adelante esa metodología de tortura debió parecerle muy rudimentaria y básica, y se lanzó de llenó a la práctica de otras torturas más retorcidas como tirarlas de las orejas con pinzas calientes, lanzarles agua hirviendo, quemarles o arrancarles la cabellera brutalmente , romperles los huesos o jugar con la climatología de Moscú dejando a las pobres desdichadas desnudas y atadas al aire libre, a merced del frío de la ciudad; lo que les proporcionaría una muerte segura.
Estas atrocidades fueron denunciadas por los campesinos locales, pero recordemos la elevada posición social y el estatus del que disponía Darya, lo que le permitió esquivar cualquier denuncia civil inicial. Pero en 1762 se produjo un cambio en la situación, dos campesinos siervos de Darya consiguieron escapar de la finca en dirección a San Petesburgo para presentarle un escrito a Catalina II “la grande”. Al tener constancia de los crímenes de Darya mandó su detención para una consiguiente investigación de los casos. Tras seis años de investigaciones se le declaró culpable de 38 casos de tortura y asesinato además de ser sospechosa de otros 138 casos. Por ello, y ante la abolición de la pena de muerte en 1754, Catalina II decidió que se le sometiese a un proceso de humillación ante la población en la que sin ropa y encadenada a una plataforma con un cartel en su cuello que decía “esta mujer a torturado y asesinado” se encontró a merced de todo aquel que quisiese someterle cualquier daño, pero el terror que infundaba era tal que pocos fueron los osados. El temor a que pudiese ser puesta en libertad mantenía paralizado a los allí presentes.
Tras esto y ante la imposibilidad de condenarla a pena de muerte, fue confinada de por vida en el convento Ivanovsky hasta el fin de sus días en el año 1801. En ese momento expiró la vida de la que en boca de Catalina II fue “un monstruo de la humanidad”, de la que un cronista de la época en el proceso de humillación civil dijo “sus ojos no son de este mundo”. Murió Darya Nikolayevna, una de las mujeres más sanguinarias de la humanidad.
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